Sitios megalíticos en la Costa Norte
Describiremos brevemente algunas fortalezas o ciudadelas de los valles del Santa, Nepeña y Casma, como ejemplo del tipo de preguntas que surgen al examinar las fortificaciones. Hacia el final del Horizonte Temprano, hubo en estos valles una gran cantidad de lugares que exhibían varios atributos propios de fortificaciones(2). La naturaleza impresionante de estas estructuras ha hecho que los arqueólogos subrayen la importancia de la guerra en el desarrollo cultural de dichos valles. Tom y Shelia Pozorski (Pozorski y Pozorski 1987: 11 y ss.; Pozorski 1987: 29) atribuyen la ruptura del precoz desarrollo del valle de Casma a una invasión proveniente de las serranías hacia finales del periodo Inicial, que tuvo como resultado el establecimiento de fortalezas en el Horizonte Temprano. En el valle de Nepeña, Donald Proulx (1985: 228, 265-266) y Richard Daggett (1983, 1987) interpretaron las fortalezas como una evidencia de cómo el crecimiento poblacional y la circunscripción llevaban a la guerra, principalmente entre poblaciones adyacentes en un mismo valle. En el vecino valle del Santa, David Wilson (1987: 69; 1988: 323-324) interpreta fortalezas muy parecidas de distinto modo; él no encuentra evidencia alguna de presión poblacional, argumentando que estaban destinadas a defender a la población de las incursiones provenientes de los valles de Casma y Nepeña.
Es claro que hay una contradicción en las interpretaciones realizadas a partir de los datos de los asentamientos en estos tres valles. En casos como éstos frecuentemente resulta útil reexaminar nuestras fuentes; nuestras fuentes primarias son, por supuesto, las fortalezas mismas. Chankillo es una de las mejor conocidas y la que nos hizo plantearnos cuál era la función de dichos lugares (Topic y Topic, 1987; Fung y Pimentel, 1973) (3).
En Chankillo, tres macizos muros concéntricos circundan a dos torres circulares y a un complejo de cuartos rectangulares; cada una de las dos torres se encuentra dentro de otro muro circular (Fíg. 1). El muro exterior se ha conservado hasta una altura de más de 4 m y tiene escalinata en su interior que dan acceso a la cima de las murallas (Fung y Pimentel, 1973; Squier 1973 [1877]: 211). No se ha conservado ningún parapeto pero es muy posible que existiesen en el pasado, y tampoco hay piedras para hondas.
Son notables las numerosas portadas: hay cinco en la muralla exterior, cuatro en la intermedia y dos en el muro interno; cada una de las murallas que rodean a las torres tienen tres (Fung y Pimentel, 1973: fig. 1) o cuatro (Squier, 1973 [1877J: 211) de ellas y cada torre tiene además dos entradas. La mayoría de estas portadas son bastante complejas, con dinteles, tabiques de desviación y escaleras. Además, todas las portadas parecen estar provistas de soportes para las trancas, a los que Fung y Pimentel (1973: 74) llaman "cajuelas" (Fig. 2). Estos son nichos en donde un pasador de piedra ha sido encajado firmemente en la mampostería. Los soportes, conocidos en la arquitectura Wari e Inca, son usados para amarrarlos a una puerta; cada portada tiene cuatro de ellos, dos ubicados bien arriba en el muro, a cada lado de la entrada, y dos más abajo.
Lo que despertó nuestra curiosidad fue la ubicación de los soportes: en todos los casos que observamos éstos se encontraban afuera de las portadas. De este modo, una puerta solamente podría ser atada a la parte externa del muro; tendría que haber sido fijada por alguien que se encontrase afuera de la muralla, pudiendo ser removida solamente por quien se encontrase fuera de ella. Esto era válido no sólo para las portadas en la muralla externa sino también para aquellas en las dos murallas concéntricas, las que rodeaban a cada una de las torres y a la entrada de las torres mismas. Su ubicación no es lógica, por lo menos dentro de un marco analítico derivado de la historia militar europea.
Un examen más detenido de las fortalezas de Nepeña y Santa también plantea preguntas acerca de cómo era que éstas funcionaban (Figs. 3 y 4). La mayoría de ellas están ubicadas en lugares bastante aislados, frecuentemente a una o dos horas de subida por encima del suelo del valle, y este hecho ha sido citado repetidas veces como una muestra de su naturaleza defensiva (Wilson 1988: 104, 323; 1987: 59). Si bien el aislamiento de dichos lugares hacía que fuese más difícil atacarlos, la falta de agua implica que eran vulnerables a las tácticas de asedio; que los alimentos y otras provisiones de la fortaleza tuviesen que ser cargados una distancia mayor y que las personas tuviesen que caminar más para buscar refugio. Además, su aislamiento cede todas las propiedades -casas, bienes, campos y canales- a los atacantes; los defensores no pueden siquiera hacer una salida rápida para molestar a los saqueadores.
Si bien están presentes murallas macizas, bastiones y fosos secos, los parapetos no son una característica común. En lugar de ello, varios de los excelentes dibujos que Wilson (1988) incluye en su informe muestran muros de más de 2 m. de altura sobre la superficie externa e interna del suelo (Fig. 3). De hecho, en Quisque, en el valle de Nepeña, observamos que los defensores no podrían haber podido mirar por encima de algunas secciones de las murallas. Los parapetos elevan a los defensores casi hasta la cima de las murallas, dándoles la ventaja de la altura y, lo que es más importante, permitiéndoles ver a sus atacantes. En ninguno de los lugares se han reportado piedras para hondas. Los artefactos más distintivos incluyen a puntas o cuchillos de pizarra pulida y antaras (Proulx 1985; Pozorski y Pozorski 1987: 103; Wilson 1988); en la estructura 35 del valle del Santa se observó Spondylus (J. Topic, observación personal, 1993).
Por último, el número de fortalezas es desconcertante, especialmente en el valle del Santa; por ejemplo, no queda claro por qué motivo nueve fortalezas fueron concentradas en un bolsón de 8 km. cuadrados en el alto Santa (Wilson 1988: 102).
Nuestra comprensión de estos lugares está nublada por la perspectiva analítica que los arqueólogos tradicionalmente emplean al estudiar los restos materiales, que asume racionalidades económicas para todas las estructuras sociales. Las observaciones realizadas en un marco semejante dan las respuestas "correctas" a preguntas erróneas- Un excelente ejemplo, aunque no único, lo brinda el siguiente enunciado (Wilson 1987: 69): simplemente no hay forma alguna de que los agricultores tempranos pudiesen haber estado comprometidos en una continua guerra internecina y aún así haber cubierto adecuadamente las necesidades de subsistencia. En otras palabras, la guerra no fue un proceso Ilevado a cabo entre los vecinos locales y socioeconómicamente relacionados de una región, los que tenfan poco que ganar y mucho que perder participando en hostilidades; más bien tenía lugar entre extranjeros menos relacionados entre sí, separados por distancias bastante mayores, y no sólo por grandes desiertos sino también por problemas socioeconómicos distintos (por ejemplo, distintos regímenes ambientales).
2. Los sitios del valle del Santa que estamos considerando son las Estructuras 1, 6, 27-31, 33-35, 41, 45, 49, 52, 55, 71, 72, 90, 95 y 119 (Wilson 1988). En el valle de Nepeña nos referimos a PV 31-46 (Quisque), 162 y 163 (Proulx 1985). En Casma nos referimos a Chankillo. Si bien Wilson considera que varios de los emplazamientos en el Santa tuvieron estructuras residenciales, no vimos evidencia alguna de habitaciones permanentes en ninguno de estos sitios.
3. El fechado de Chankillo es incierto debido a la escasez de cerámica. Hay dos fechados radiocarbónicos de dinteles de algarrobo, de 342 a.C. ± 80 y 120 a.C. ± 100 (sin calibrar) (Pozorski 1987: 27) pero Fung y Pimentel prefieren una fecha algo posterior, en el periodo Intermedio Temprano (Fung y Pimentel, 1973: 76-77), y Kroeber (1944: 53) menciona que cerámica del Horizonte Medio fue encontrada en un cementerio cercano. Sin embargo, el sitio es discutido con mayor frecuencia como perteneciente al Horizonte Temprano (Pozorski 1987: 27: Pozorski y Pozorski (1987).