Una de las grandes pretensiones de los hombres es trascender la muerte. Salvando las distancias y los éxitos completos, la osteología humana nos permite robarle algo de vida a la muerte a través de una de sus imágenes más representativas : los esqueletos.
Un hecho propio de nuestra realidad biológica es que nuestros cuerpos trascienden a nuestra existencia. Me refiero evidentemente a momias y esqueletos que resultan los últimos vestigios de nuestra corporidad.
El estudio de los huesos dentro de la antropología posee larga data de interés, siendo que en la actualidad son fácilmente identificables áreas especializadas dentro del campo osteológico como por ejemplo la paleopatología, la antropología dental o la reconstrucción de dietas a partir de isótopos estables, entre otros muchos. Es significativo el interés que siguen suscitando los esqueletos en el ámbito especializado. En las últimas cinco décadas el número de trabajos sobre osteología han mantenido un lugar privilegiado en la revista oficial de la asociación norteamericana de antropología física (Lovejoy et.al. 1982:336).
Más allá de las implicaciones de vigencia y alternativas técnicas y metodológicas que esto implica, también es cierto que la osteología ha ido evolucionando en sus planteamientos internos. Este desarrollo nos permite delinear además vinculaciones con otras áreas antropológicas que abordan también a estos restos corpóreos inmersos dentro del polivalente concepto de entierro.
La osteología fue sin duda un espacio fértil en descripciones en el siglo XIX con el boyante interés de Paul Broca y su atención especial hacia la craneometría. Las medidas fueron transformadas en elementos concluyentes que validaban una antropología determinista. Es un momento rico en tipologías y un carácter segregatorio implacable.
La osteología a finales del siglo pasado e inicios de este siglo invierte mucho de su esfuerzo en una depuración, consenso y minuciosidad de sus técnicas osteométricas. Es recién a mediados de este siglo en que la antropología física replantea el carácter de sus esfuerzos.