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HUAMACHUCO VISTA EN 1887



Esta ciudad se halla solo a 6 leguas de Cajamarca; el camino es siempre bueno y aunque baja y sube con frecuencia, las quebradas que se cruzan no son hondas. La región carece de bosques, pero no es árida y en ella los arbustos alternan con hierbas y campos de cultivo y en ella los arbustos alternan con hierbas y campos de cultivo. En la segunda mitad del camino se tiene constantemente ante la mirada, el cerro sobre el cual se encuentran las ruinas de una antigua ciudad y de una fortaleza, que se conocen con el nombre de Marca Huamachuco.

Las noticias que tuve de estas construcciones de tiempos muy remotos, me indujeron a apartarme de la ruta a la costa para visitar el lugar. Los restos que se notan en diversos sitios del alargado cerro, ya desde lejos permiten reconocer la gran extensión de las ruinas; sin embargo, mas tarde me convencería de que la realidad no estaba de acuerdo con mis expectativas.

En la tarde todavía temprano llegamos al borde de una colina que se eleva paulatinamente y de repente apareció ante nuestra vista, la ciudad de Huamachuco situada en una hondonada, un panorama sumamente ameno realizado aún más por los audaces perfiles de los altos cerros que se yerguen al fondo del pueblo. Me brindaron cordial acogida en casa del Señor Manuel Isidro Cisneros, un acaudalado hacendado y Senador de la Provincia, a quien me habían recomendado desde Lima; también llevé para él una carta de recomendación de su hermano, el Subprefecto de Cajabamba. No hay palabras suficientes para ponderar la hospitalidad que brinda la gente en la Sierra peruana. Una buena recomendación para un solo lugar es como un pasaporte que permite recorrer todo el país, ya que el dueño de casa a quien uno ha sido recomendado, dirige siempre otra nueva a un comprade o a un colega de negocios del próximo lugar.

Huamachuco, igual que Cajabamba, es capital de una provincia del mismo nombre, que pertenece al Departamento de La Libertad; es una provincia grande, dividida en 5 distritos y se extiende hasta el Marañón. Lo único hermoso que tiene la ciudad es su situación, ya que vista de cerca es igual que las demás pequeñas poblaciones serranas, tiene las mismas casas opacas a lo largo de calles estrechas y mal pavimentadas, una gran plaza rectangular, en uno de cuyos lados esta la iglesia, y cuya pila toscamente labrada, carente de agua se encuentra en el centro de la plaza, no contribuye precisamente a embellecerla. Los 3 mil habitantes son, en su mayoría, indios puros, aunque todos hablan el español y el idioma quechua ha sido casi completamente desplazado. Se dedican en parte a la agricultura y a la ganadería, y en parte son arrieros que, con sus mulas van a la costa para traer mercaderías. Las zonas aledañas parecen poco fértiles, el valle es pantanoso en muchos sitios y las laderas de los cerros, son empinadas y pedregosos, por lo que las pequeñas chacras de los habitantes se hallan en su mayoría en los vallles vecinos. Las mujeres son hábiles en la confección de finos tejidos, especialmente de algodón. Los tejen todavía a la manera antigua utilizando los mismos instrumentos primitivos de que se sirvieron los aborígenes antes de la llegada de los españoles. Los tejidos más solicitados son chales largos y estrechos, que se cruzan y penden a ambos lados del cuerpo. En la parte central del chal, aparecen tejidas sobre fondo blanco pequeñas figuras de azul índigo, semejantes a las que se encuentran en los tejidos hallados en las antiguas tumbas. El chal remata en sus dos extremos en encajes de dos pies de largo, que no están cosidos, sino que son una prolongación del tejido central, en el que mediante la contracción de los hilos se hacen grandes y pequeñas aberturas, las que van formando toda clase de artísticos dibujos. La confección de un chal de fino tejido requiere por lo menos un mes de trabajo, y su precio oscila entre 25 a 30 soles (75 ó 90 marcos).

Antes se usaban mucho estos tejidos en la costa, pero ahora han sido desplazados por los de manufactura europea, lo que ha reducido mucho su demanda.

Huamachuco está situado a los 7º 45’ de latitud sur, y a 3,260 metros sobre el mar, o sea casi 400 metros más alto que Cajabamba. Por consiguiente, el clima es fresco y la vegetación más escasa. Se ve muchos saúcos arbóreos (Sambacus americana) y quisuares (Burleia incana) cuya presencia siempre indica que el límite de la región en donde no prosperan los arboles están cerca. El maíz ya no crece y solo se cultiva un poco el trigo y mucha cebada. Si la altitud en que está situada la ciudad fuera solo mil pies menos seria un lugar muy agradable, pues está abrigado y los cerros del contorno son atractivos por la variedad de sus formas; unos integran masas compactas de imponente aspecto, otras se componen de alturas de suave pendiente. Los cerros más altos son los que se alzan hacia el Sur. Allí está, en primer lugar, el Mamorca, como estribo del Cerro Negro de una altitud mucho mayor, y que es una mole oscura que remata en un pico rocoso; un poco hacia el Este siguen los cerros de Tucupuina y Santa Bárbara, detrás de los cuales se divisa, junto al Cerro Negro, el pico más alto de esta región: el Huaylillas o nevado de Huamachuco. Son pocos los nevados que existen en el Norte del Perú, y también en el Huaylillas, la nieve no forma una capa completa, sino que solo llena las grietas de la cumbre. Aún más hacia el Este, está el valle, por lo que, debido a la mayor distancia, las alturas que lo limitan parecen menos elevadas.

Entre éstas cabe mencionar el cerro del Toro, famoso por sus otrora ricas minas de plata; la vertiente septentrional del valle está formada por el Cerro Sason, en cuyo pie pasa el camino a Cajabamba. Hacia el Oeste, dos cerros rocosos que se adelantan hasta muy cerca de las casas parecen cerrar el valle, pero éste en realidad se estrecha, formando una angosta garganta entre los cerros Tuscan y Cacañan, de la cual desciende, rumoroso, un río por su escabroso lecho de peñas. Sobre Cacañan se levantan las crestas en las que están ubicadas las ruinas; desde la ciudad se ve su lado estrecho, mientras que en el camino desde Cajamarca se tiene ante la mirada siempre toda su longitud.

Un terreno cubierto de pasto, algo pantanoso, al oeste de la ciudad, que mirando valle arriba, esta limitando a la izquierda, por el Cerro Sason, y a la derecha por el Tucupuina, se llama la Pampa del Cuchillo. Esta pequeña llanura se ha hecho famosa por una acontecimiento histórico muy doloroso para el Perú, pues durante la guerra con Chile fue el escenario en el que, las últimas tropas del Perú bajo las órdenes del Presidente Cáceres, resultaron en parte aniquiladas y en parte dispersadas.

Las pocas noticias históricas que se encuentran en los antiguos cronistas sobre Huamachuco, son vagas y no concuerdan unas con otras. Según Garcilaso, en la época en que esta región fue sometida por los Incas, vivía aquí un gran Señor que tenía el mismo nombre que la provincia. Los habitantes adoraban piedras de diversos colores, y no tenían pueblos, sino que vivían por los campos en chozas dispersas. El Cacique Huamachuco era un hombre de mucho juicio y prudencia, quien al aproximarse los Incas, no solo no les ofreció resistencia, sino que suplico incorporarse su territorio al Imperio, para que sus vasallos se beneficiaran con la introducción de sus leyes y religión y alcanzaran el mismo grado de cultura que los demás indios.

Durante el gobierno de Pachacútec hijo del gran Viracocha y noveno Rey los Incas tomaron posesión de esta provincia. El Inca Pachacútec no estaba presente, sino que el ejercito estaba bajo el mando de su hermano y representante, el valiente y experto General Cápac Yupanqui, a quien acompañaba su sobrino Inca Yupanqui, heredero de la corona y más tarde el décimo rey. Huamachuco recibió del príncipe, ricos regalos y posteriormente, el Rey le honro con muchos favores y privilegios de los que disfrutaban también sus descendientes.

Según Cieza de León, la Provincia de Huamachuco fue incorporada al Imperio, mas tarde bajo el gobierno de Túpac Inca Yupanqui. Túpac era el hijo de Inca Yupanqui, es decir el undécimo Rey. También este cronista afirma que los Incas, al someter las provincias entre Jauja y Cajamarca, si bien tuvieron que librar algunos combates, sometieron a los habitantes de esas comarcas, sin derramar mucha sangre, gracias a su clemencia y su actitud inteligente.

Los primeros españoles que llegaron a Huamachuco, fueron Hernando Pizarro y sus compañeros en su marcha a Pachacamac. El contador Estete menciona en su relación como “un pueblo grande, situado en un valle entre cerros, tiene buena vista y aposentos”. De estos grandes edificios y “Palacios de los Incas” que según Cieza se hallaban en la mejor zona, ya no existen ni vestigios. En cambio, en tres lugares de los alrededores se hallan ruinas de antiguas construcciones. Cerca de la ciudad, en el cerro Sason hay dos grandes trozos de muros aislados; de una estribación del Sason situado hacia el oeste, se distingue en una paqueña llanura, y al pie del cerro, las ruinas de una población llamada Viracocha-Pampa; las ruinas más extensas, sin duda, se encuentran en un alto cerro, situado al oeste del pueblo, que se conoce con el nombre de Marca Huamachuco.

Fue mi intención visitar estas ruinas al día siguiente de mi llegada, pero no pude partir tan temprano como lo deseaba, pues el dueño de casa, el Senador, no guardaba sus caballos en el pueblo, sino en una Hacienda cercana. El camino pasa primero por un contrafuerte rocoso, cuya base empinada se adelanta hasta las mismas casas de la ciudad. Este cerro se llama Cacañan, nombre que se debe a la naturaleza del camino, pues Kaka significa peña y ñán, camino. El antiguo idioma del país está tan completamente olvidado en esta región, que mi guía, pese a ser indio, no conocía el significado de la palabra cacañán. Luego de haber trepado el cerro rocoso gasta cerca de su cima, el camino desciende nuevamente hasta una de presión y sube de allí por la cuesta de un segundo promontorio, para alcanzar finalmente la cima del cerro principal. Había a las once de la casa del Señor Cisneros, haciendo trotar mi caballo en todo el trayecto, y llegué poca antes de la una a la cumbre.

El cerro es de corta extensión, cuya superficie superior; algo redondeada, tiene 1.5 kilómetros de largo y 500 metros de ancho. La ladera norte del cerro, orientada hacia Cajabamba, está libre y el terreno que se extiende desde su base es ligeramente quebrado. La ladera sur es mucho más empinada y desciende en una profunda quebrada, por el que corre un riachuelo para reunirse con el Condebamba, en la parte superior. En la parte superior de la ladera afloran rocas areniscas, cuyas capas horizontales rodean la cima del cerro a semejanza de gradas. En el borde superior de estas gradas de rocas, se eleva una muralla anular, que primitivamente cercaba toda la cima, pero que ahora está derruida y en muchos sitios completamente derrumbada. El punto más alto del cerro está a 3,640 m.s.n.m. y a 380 m. más alto que la ciudad. Desde el extremo oeste, donde a un nivel algo más bajo se encuentra una plataforma, se tiene un amplio panorama del valle de Condebamba, así como, por la derecha, de la región de Cajabanba. La ciudad de Huamachuco no es visible desde arriba, pues se interpone el cerro Cacañán.

La entrada en el área cercada por la muralla anular se encuentra en el lado norte, y el camino que sube desde allí es estrecho y empinado. Sólo en el lado izquierdo se pueden reconocer todavía restos de la estrecha vía de ingreso, la que carece de muro en el lado derecho. El guía no supo decirme si existían otros accesos a la cima. Las faldas del cerro son escabrosas en todas partes, y largos trechos están formados por rocas verticales de modo que no era necesario construir en estos sitios una muralla de defensa. Dentro de la muralla hay dispersas, en todas partes escombros de antiguas viviendas, pero los restos de los muros sobresalen muy poco del suelo, y están cubiertos de hierba y arbustos. El conjunto principal de las ruinas ocupa el lugar más elevado del cerro, y pertenece indudablemente a un solo edificio. Formaba éste un rectángulo, cuyos lados grandes de 200 metros de largo, corrían oblicuamente por encima de la cumbre y ocupaban casi todo su ancho. El lado estrecho mide aproximadamente 70 metros, pero el ancho, en algunos sitios, era mayor debido a construcciones anexas. La parte orientada hacia el norte de este Castillo o Palacio contenía un gran número de salas y habitaciones entre las cuales pueden reconocerse largos corredores. Este lado del edificio parece haber tenido en todas partes una planta superior, pues grandes extensiones de los muros exteriores son altos. El extremo sur del Palacio estaba separado de los demás recintos por un pasadizo, y formaba una fortaleza especial, que se extendía a todo lo ancho. La parte en que se hallaba la entrada de este edificio se ha derrumbado y los escombros están cubiertos por espesos matorrales, a través de los cuales es muy penoso abrirse paso. Luego se llega a una superficie situada a 20 pies más arriba y se ve, entre restos de muros y matorrales, la entrada a un pasadizo subterráneo. Entre esta Fortaleza y las habitaciones del Palacio se llega por el lado oeste a un patio de 30 metros cuadrados, que en tres de sus lados estaba circundado por edificios. Todos los muros consisten de piedras unidas irregularmente y han sido extraídas del mismo cerro. En las esquinas y cantos del edificio se han empleado sillares toscamente labrados; ya no es posible descubrir puertas de entrada y ventanas regulares en esta parte de las ruinas. Todos los muros están cubiertos de pasto hierba y arbustos, y esta vegetación forma en algunas partes una espesa cubierta que oculta las piedras de las paredes.

En el extremo noreste de la cumbre se encuentra un pequeño grupo de ruinas, cuyas paredes no están cubiertas de vegetación; estaba formado por una serie de pequeños cuartos con ventanas que miraban hacia el exterior. En el extremo opuesto sur-oeste, la ladera tiene más pendiente y allí se encuentran chozas de pastores, cerca de las cuales hay un poco de agua. En el complejo principal de las ruinas no he podido descubrir ni vestigios del manantial que se afirma ha existido allí. Además seria difícil explicar como en el sitio más alto de un cerro aislado podía hallarse agua a no ser el agua de lluvia recogida en cisternas. Por consiguiente los antiguos pobladores de Marca-Huamachuco, igual que los de Malca, en Cuelap, tenían que procurarse el agua necesaria desde considerables distancias, y en caso de un asedio, muy pronto habrían de padecer sed.

Mi guía quien, como la mayor parre de los peruanos, consideraba que todos los monumentos antiguos eran obra de los Incas me explicó que en la parte sur del edificio principal, que más arriba designamos fortaleza o castillo, existía la iglesia o el templo del Sol; el edificio norte compuesto de una serie de cuartos, era convento de las Vírgenes del Sol. Yo mismo había creído y esperado encontrar en las ruinas de Huamachuco una construcción incaica del tipo de las de Huánuco Viejo, o por lo menos un puesto militar, como la pequeña fortaleza de Pomacocha. Sin embargo ya antes de haber explorado las construcciones mismas, su alta ubicación me indicaba, que difícilmente podían haber sido obra de los incas, y por las mismas razones que hicimos valer en nuestra descripción de Cuelap. El camino militar que unía las provincias del Norte del Imperio con Cuzco, la capital, pasaba por esta región. Allí donde los Incas consideraban necesario establecer fortalezas para la segundad de su dominio, las construían en sus caminos; así lo hicieron en Cajamarca, en Pomacocha, en la pampa cerca de Namora y también en Huamachuco. Miguel de Estete cuenta en su relación, que habían encontrado allí grandes aposentos, en los que el Señor del lugar los recibió y alojó, pero no se refiere a ninguna fortaleza situada en un cerro. Si se tiene en cuenta además que no se ha podido descubrir en las ruinas de Huamachuco formas típicas de la arquitectura incaica, se llega a la conclusión de que estas construcciones provienen del tiempo que precedió al dominio incaico, y de que, igual que las de Cuelap eran lugares de refugio de los habitantes en las luchas con sus vecinos. Después de la conquista del territorio por los Incas, la fortaleza o fue destruida, o se abandonó las viviendas de su contomo, puesto que, con la seguridad general, ya no había ninguna razón para seguir viviendo en sitios tan incómodos 13

Antes de dejar la fortaleza de Marca-Huamachuco, cabe mencionar una particularidad climática del cerro en que está ubicada. A juzgar por los espesos matorrales que crecen dentro de los muros y en los alrededores, la temperatura media debe ser en este sitio más elevada que en otros lugares situados a la misma altura. En mis viajes realizados hasta ahora, comprobé que, por lo general, a 3,500 metros de altitud y frecuentemente antes, desaparecían los árboles y arbustos, y que comenzaba la llamada jalca, en la que sólo crecen pasto y hierbas, mientras que en Huamachuco, a una altitud de 3,640 metros, la vegetación conserva todavía cierta exuberancia. La causa de este hecho interesante parece ser la situación del cerro entre dos valles profundos, desde los cuales el aire caliente va subiendo constantemente por sus empinadas laderas. Al día siguiente subí al Cerro Sason, situado al Norte de la ciudad, para visitar las ruinas que se hallan en su cima. Estas son menos extensas y todavía más deterioradas que la fortaleza de Marca-Huamachuco. Parece que en tiempos antiguos ha existido allí una población y la mayor parte de los restos de muros provienen de viviendas. De las obras de fortificación que rodeaban probablemente estas casas, sólo quedan dos altos trozos de muros que no comunican entre sí, y que se distinguen en la ladera oeste del cerro a cierta distancia de la cumbre. Al bajar por este lado se cruza el camino que viene de Cajabamba. Al otro lado de éste se eleva una pequeña colina, delante de la cual se ven las derrumbadas casas de un pueblo no muy extenso. Había sido de plano regular como los actuales pueblos de la Sierra, con calles rectas, que parten de una plaza rectangular situada en el centro. Parece haber sido un pueblo fundado por los españoles y abandonado más tarde antes que terminara su edificación. Apoya esta suposición el nombre que los aborígenes dieron al lugar, cuando todavía se valían de su lengua nativa. El terreno plano en que se encuentran las ruinas, se llama Huiracocha--pampa. o sea la pampa de los señores blancos 14.

Ya, al día siguiente de mi llegada a Huamachuco, hice todo lo posible para conseguir las bestias necesarias y continuar mi viaje, pero todos mis esfuerzos sólo encontraron negativas. Mi anfitrión, el Senador, no podía sacarme del apuro; los caballos y mulas de que disponía, los necesitaba, ya que estaba a punto de emprender viaje a Lima, a fin de incorporarse en el Parlamento. En estos aprietos me vino a ayudar esta vez la arbitrariedad de las autoridades, que en Cajamarca, precisamente ha sido causa del atraso de mi partida; y como este asunto es característico para las condiciones en el interior del Perú, espero que nadie encuentre inconveniente que relate a continuación los detalles. El Subprefecto de Huamachuco había desempeñado antes el mismo cargo en Cajabamba, y sólo hacía poco lo habían trasladado a ésta. El Señor Touzer, el caballero francés, en cuya casa estuve alojado en Cajabamba, era amigo de aquél, y me había dado una carta para él. A la mañana siguiente, es decir antes de llevar a cabo mi paseo a las ruinas del cerro Sason, me dirigí a la casa del Subprefecto, y lo encontré en la puerta, junto con el Comisario. Luego de haber leído la carta me saludó muy gentilmente. Me dijo que no me molestara más, él se encargaría de las mulas necesarias y del arriero y si lo deseaba, estarían a mi disposición al día siguiente; agregó que era deber de las autoridades prestar toda la ayuda posible a los señores que viajaban en comisión del Gobierno. Cuando le dije que infortunadamente yo era un simple ciudadano y no al servicio del Estado, exclamó algo retóricamente, con un gesto teatral de la mano: ''¡Qué importa! Ud. no viaja para ganar dinero, sino en interés de la Ciencia y por tanto también en interés del Estado. Ud. presta un servicio a la República, y merece que ésta le agradezca". En vista de la situación en que me encontraba, acepté ser considerado como funcionario que viajaba en una misión oficial, felicité al Subprefecto por su noble manera de pensar, y a mí mismo por haberlo encontrado; con los debidos agradecimientos me despedí para realizar la tarea de este día.

Al día siguiente de regreso de mi excursión al cerro Sason, me avisaron que habían dos bestias en el patio, enviadas por el Subprefecto para que las examinara. Allí encontré en efecto al Comisario, que llevaba el pomposo título de Comisario Mayor, y una anciana que conducía una mula, así como un joven con un robusto pequeño caballo blanco. La mujer lloraba, el joven, de aire resentido, no decía nada. "Ay, caballero, —sollozaba la mujer— no tengo sino esta mula, ¡y si la perdiera!". Consolé a la mujer, explicándole que no quería utilizar su mula gratuitamente como ella quizás había creído, sino que le compensaría bien. Entonces traté con el Comisario y le pagué dos soles más que la suma convenida, y todo en piezas nuevas y relucientes. Y cuando le convidé, además una copa de aguardiente, se secó, toda conmovida, sus lágrimas, y dijo que tenía un buen corazón y que trataría bien a su mulita. Después de haber contratado el caballo en las mismas condiciones. despedí a la mujer y al joven. indicándoles que en la madrugada de la mañana siguiente tuvieran listas sus bestias. El Comisario se quedó todavía. Era un hombre pequeño, cojo y ya entrado en años, con una gruesa nariz roja de alcohólico, y ojos sanguinolentos, vestido con un poncho viejo y un sucio sombrero de paja. Le hice notar que faltaba todavía un arriero, "También esto está arreglado" —respondió— "está en la cárcel". ¿Y por qué?, pregunté. "Oh, contestó, el Comisario, con una sonrisa socarrona", lo metí para tenerlo seguro, pues de otro modo podría escaparse en la noche". Quedé asombrado de la precaución del Comisario y más aún del ilimitado poder que este funcionario subalterno ejercía con respecto a la propiedad y la libertad de sus conciudadanos. Fuimos juntos a la cárcel municipal, donde efectivamente el hombre destinado para acompañarme se encontraba detrás de gruesas rejas como si fuera un peligroso delincuente. Acordamos que me acompañara hasta Trujillo, le di un adelanto y luego lo hice poner en libertad. Me quedó muy agradecido, y se comportó en todo el viaje de muy buena voluntad, pese a que, como lo. supe después, ya tenía 59 años de edad.

De regreso en casa, conté al Senador cómo había conseguido bestias y arriero para proseguir el viaje. No encontró nada incorrecto en el proceder del Comisario, y pensando en sus propios intereses de patrón se acaloró. En su juventud; dijo, se procedía con menos escrúpulos. Si alguien quería enviar un mensajero a Trujillo, se comenzaba con dar 25 azores al indio y se le amenazaba con el doble castigo si no cumplía en el plazo señalado: entonces sí que corría como una flecha. Ahora, continuó, han echado a perder a los indios, y tratarlos con más suavidad, ha sido un error, pues ni buenas palabras ni mejores salarios son capaces de sacarles de su pasividad e inducirlos a que trabajen. No queda más remedio que obligarles por fuerza. No están acostumbrados a otro trato y con el que reciben están contentos. Así opinaba el Senador y nosotros no negamos que el indio sea desidioso y que debido a los siglos de opresión haya perdido el sentido de independencia y el deseo de ser libre; asimismo admitimos que e1 habito de obedecer se ha hecho en él parte dc su naturaleza y que necesita de cierto trato paternal, pero sostener que está. conforme con el modo con que se le trata actualmente, es lo mismo que creer que se siente feliz una mula obligada a poner en movimiento la piedra de un molino durante todo el día y con escaso forraje. Los Incas acostumbraban a sus súbditos al. trabajo y a la obediencia. Su régimen era severo, pero a la vez justo, y aunque eran señores muy duros, se preocupaban paternalmente del bienestar material de su pueblo. En cambio, los españoles han abusado de la naturaleza tímida de los aborígenes, y sus descendientes, la clase dominante actual, sigue este mal ejemplo hasta estos días. De allí resulta, que los indios. al no encontrar ningún oído para sus quejas, se alzan de tiempo en tiempo en sangrientas sublevaciones, a pesar de su humildad y carácter sumiso; entonces dan rienda suelta a su odio retenido cometiendo horripilantes actos de crueldad, hasta que debido a la superioridad de las armas la revuelta queda aplastada, y la situación de los indios sigue igual que antes.


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